6 de enero de 2017

Las semillas de Navidad


Nos es familiar el ambiente festivo decembrino, sobre todo los árboles al centro del festejo. Es bien sabido que en épocas navideñas abundan los deseos de prosperidad, buenaventura y amor. Mas la memoria humana no recuerda cuando todo esto era más que simples deseos… cuando todo lo que deseamos para otros, para los nuestros y para nosotros mismos, se encontraba al alcance pueril de la humanidad.

Antaño, cuando entre los hombres caminaban Dioses, Semidioses y demás Deidades corpóreas más allá de todo culto y religión, más allá de toda comprensión hodierna, la humanidad aún vivía en armonía con la Naturaleza. Como el hogar que esta representaba, lo que provenía de ella se aprovechaba de manera sabia, se cuidaba y veneraba con la idolatría que solo los justos saben profesar. Asimismo, el hogar cumplía con su función y un poco más.

Virtudes como la solidaridad, la hermandad, la bondad, la generosidad, entre otras tantas de las cuales ya no queda ni recuerdo de su nombre, eran recompensadas desde los adentros de la Madre Tierra. Abundaban hombres y mujeres de moral sana, de justicia compasiva y misericordia ingente. Todos ellos tenían acceso a los frutos arborescentes de la Tierra. El concepto de meritocracia aún no rondaba los corazones ni las mentes humanas ya que todos per se eran dignos de merecer.

Indehiscente, en esos tiempos remotos, se alzaba de entre otros miles un árbol resplandeciente eternamente en flor. Aferrados a los pétalos se mecían con el viento millones de semillas. Aquellos que las tomaban y las plantaban en los patios de sus casas, se veían favorecidos con la germinación de un árbol parecido en belleza a su antecesor. Los árboles de esta nueva especie irradiaban amor, salud, paz, prosperidad y plenitud en rededor. La diferencia consistía en que estas réplicas no poseían semillas, aunque eso no impedía que emanaran buenaventura sin cesar.

Dícese, que los grandes seres nombraron al árbol original con la intención de honrar el ciclo que representaba su existir: Naturaleza-Virtud-Humanidad-Naturaleza-Virtud-Humanidad… NaViDad. Un bucle utópico no sujeto al cumplimiento de alguna condición, puesto que las semillas eran tantas como buenas acciones y virtudes ostentaba la humanidad. Hombres y mujeres, grandes y pequeños, cualquiera las podía cosechar.

Así, el ciclo que parecía eterno se vio interrumpido con la desaparición de estos seres ancestrales. Mientras que la Tierra se convirtió en un esbozo de paraíso y los menos virtuosos la sobre poblaron, abusando a muerte de la misma madre que les otorgó el don de vivir, las semillas de Navidad dejaron de brotar. A esta decadencia le siguieron las flores, y con ellas, desde las hojas hasta la raíz, el árbol pereció. En su lugar, brotaron por doquier como mala hierba la envidia, la codicia, el rencor, la miseria… y un sinfín de males que hasta hoy se multiplican.

Deformada esta verdad, que mucho tiempo atrás fuese absoluta, la tradición heredada a los hombres de los hombres ha sido reducida a los buenos deseos de Navidad. Sin embargo, según cuenta la leyenda, inerte en lo más profundo de la Madre Tierra yacen a la espera miles de semillas. Mismas que se encuentran dispuestas desde su matriz hasta el corazón, expectantes e impacientes de la próxima generación. Como toda Madre, la nuestra, la Madre Naturaleza guarda siempre la esperanza de que todos y cada uno de sus hijos posea las cualidades y virtudes de los más nobles. Habrá que esperar hasta merecerla. Habrá que conformarse con celebrar cada nueva navidad… y desear.